“Introducción. Efectos de la pandemia en la población general y en la discapacidad”.
Para empatizar con ella y no prejuzgar la conducta ajena, primero hay que conocer la diversidad humana.
La pandemia ha afectado al conjunto de los diferentes sistemas organizativos. Las estrategias previas al COVID para mantenernos como grupo están resultando insuficientes. Por ello, convivimos con presencia de emociones desagradables mientras buscamos un equilibrio personal y colectivo para afrontar las demandas del entorno actuales.
No conocemos una solución concreta para adaptarnos con éxito a esta pandemia y salir exitosos y reforzados como la sociedad que somos, pero parece que gran parte de la solución tendrá que ver con cuidarnos entre nosotros mismos, como sistema organizativo que formamos con los que nos rodean, sean más o menos cercanos.
Para poder ayudarnos, parece obvio pensar que antes tendremos que conocernos y conocer la gran diversidad de los seres humanos. Todos somos diferentes, todos únicos, todos con un tipo de adaptación a los cambios vividos en el último año.
Para poder comprender la actuación del otro/a ante estas circunstancias de alerta sanitaria, tendremos que conocer las razones (orgánicas y/o emocionales) que existen bajo el comportamiento de los demás. Conociendo la causa de la conducta ajena nos acercaremos a poder empatizar con las personas que nos rodean.
El vivir un confinamiento inicial ante la aparición del coronavirus ha producido unos efectos en la sociedad como conjunto. Igualmente, han surgido varios miedos; el miedo a la posibilidad de tener que volver a estar confinados por indicación médica, el miedo a enfermar y a contagiar a los que más queremos. Las mencionadas constituyen situaciones novedosas ya que nunca habíamos vivido este tipo de alarma a nivel sanitario. No existe un aprendizaje previo para reaccionar ante estas circunstancias.
Esta alarma sanitaria ha sido general. Ha afectado de manera colectiva, si retomamos la idea de que los individuos nos organizamos como sistemas, en esta ocasión, se han visto alterados todos los miembros del sistema organizativo, exponiendo al sistema en sí a una necesaria readaptación a las circunstancias.
Aunque hay personas que viven en solitario y su red de apoyos puede no formar parte de su vida diaria, por lo general, las personas formamos parte de un colectivo humano, ya sea la familia, los compañeros de piso o de la residencia u otras muchas realidades. Hasta el momento, estábamos acostumbrados a readaptarnos como sistema cuando uno de sus miembros adquiría una posición de mayor vulnerabilidad (por problemas de salud, emocionales u otros). Es decir, los grupos se readaptaban a través del esfuerzo de sus miembros que cambian los roles previamente asumidos, y/o reforzaban sus fortalezas para sobreponerse como grupo mientras servían de soporte al miembro más vulnerable. Sin embargo, lo novedoso de la alarma sanitaria es que ha afectado a todos los miembros de cada sistema organizativo, de una manera u otra. Por ello las estrategias utilizadas hasta antes de la alerta sanitaria para mantenernos como grupo, en ocasiones, están resultando insuficientes; estamos aprendiendo a amoldarnos a la situación a la par que vivimos las consecuencias de esta. Las emociones desagradables como la inseguridad, la frustración o la ansiedad están presentes mientras vamos buscando un equilibrio personal y colectivo para afrontar las demandas de las circunstancias actuales.
El impacto de la COVID y sus consecuentes restricciones no han sido los mismos para todos, de hecho, ha afectado en mayor o menor medida según el perfil y las circunstancias del entorno de la persona ( es decir, no ha supuesto la misma carga en una pareja de sanitarios con hijos menores y mayores dependientes a cargo; que a una niña en la india obligada adelantar su matrimonio concertado por no tener acceso a la escolarización y suponer una carga económica más para su familia de origen; que a un pastor que vive aislado en las altas cumbres).
En momentos previos al virus podríamos decir, a modo general, que los seres humanos buscábamos un equilibrio entre nuestras capacidades personales y las demandas del entorno. Para ello, contábamos con una red de apoyo en la sociedad previa al virus; servicios sanitarios, administrativos, legales, personas de las que obtener un soporte emocional, servicios de ocio etc. Esta red pasó a desaparecer, a transformase y a ser menos accesible, tras la aparición de la pandemia. Por lo tanto, se suma que nos enfrentamos a una situación de mayor exigencia por la necesaria adaptación a las circunstancias de restricción y miedo al contagio, ante una reducción de apoyos a los que estábamos acostumbrados a acceder. No sólo la falta de acceso a los apoyos, sino la inseguridad proveniente de ser conocedores de la falta de los mismos, está provocando una vez más inseguridad y ansiedad en la población.
Con la aparición del virus, las personas seguíamos siendo las mismas, con fortalezas y carencias, no habíamos generado nuevas estrategias o capacidades para sobrellevar esta novedad; personas diversas en sí mismas, cada una en su momento de su propia historia vital, con unas u otras necesidades, todas ellas sin preparación previa. Parece lógico pensar, que las fortalezas adquiridas hasta el momento beneficiarán a cada individuo y apoyarán la supervivencia de su entorno más cercano.