Cómo han interferido en nuestras vidas las medidas de protección más visibles como ; el uso de mascarilla, un mayor cuidado de la higiene de manos y el mantenimiento de la distancia social.
Para evitar la propagación del virus, las instituciones pidieron que siguiéramos una serie de medidas preventivas.
Las más directas fueron; el uso de la mascarilla, la higiene de manos, y la separación social de metro y medio. A su vez, también se han limitado el aforo y proliferan las restricciones en la movilidad (cierres perimetrales comunitarios, provinciales, municipales e incluso de barrios).
La aplicación de estas medidas no ha ido acompañada de una preparación y, tampoco ha existido un aprendizaje previo para su seguimiento, por lo que han afectado en mayor o menor medida según la capacidad de adaptación de cada individuo, las circunstancias individuales o el momento vital de cada persona.
No podemos olvidar que estas medidas se solicitaron en un momento en el que veníamos de vivir un confinamiento inicial. Una medida de retiro domiciliario que, de manera novedosa y abrupta, interrumpió nuestras vidas y al que según las estrategias personales y las circunstancias de cada persona se produjo una mejor, o peor adaptación, y del que, en cualquier caso, arrastramos una serie de sentimientos desagradables y un consecuente cansancio emocional.
A su vez, cada ciudadano no deja de tener presente y de temer la posibilidad de volver a ser confinadopor necesidades médicas. Todo esto lleva a la obligación de tener que, en su caso, adaptarse de nuevo como sistemas organizativos con los que nos rodean.
La inseguridad se acrecienta ya que también podrían ser nuestros seres queridos los que deben confinarse de nuevo, en cuyo caso la reorganización correspondiente también sería necesaria.
Es decir, acarreamos el lastre del confinamiento inicial vivido y sumamos la incertidumbre de poder volver a ser confinados nosotros mismos o nuestros allegados. Estas circunstancias más demandantes, sin duda, provocan un incremento de la pesadumbre o inseguridad ya experimentada.
Además de la interferencia en la comunicación verbal, estamos viviendo la pérdida en la expresión no verbal o emocional implícita en el mensaje. Con el uso de la mascarilla, impedimos que las personas con las que nos relacionamos perciban la emoción implícita en un discurso. Esta pérdida da lugar a mayores conflictos relacionales o a la pérdida de la calidad en la comunicación.
Por lo general, no solemos verbalizar nuestros sentimientos explícitamente. Es habitual dejar a expensas de la interpretación del otro el mensaje emocional que queremos transmitir, por lo que, muchas veces hay una diferencia entre, lo que queremos expresar y lo que realmente sabemos expresar, de un lado; y de otro, la capacidad de la otra persona en captar esa emoción.
En estos tiempos, más que nunca, y para evitar errores en la expresión y en el reconocimiento emocional se ha hecho imprescindible verbalizar nuestros sentimientos. Usando una mascarilla invisibilizamos una parte importante de nuestra expresividad facial, haciendo posible que se pierda esta parte de la relación humana. Percibimos y transmitimos peor nuestras emociones de manera no verbal con el uso de la mascarilla. A modo de ejemplo; con esta medida de protección perdemos el poder de una sonrisa, perdemos los beneficios de emitir y recibir sonrisas.
El uso diario de la mascarilla supone un coste, más relevante o menos según para cada situación económica. La reglamentación implica un uso correcto, una selección apropiada para las diferentes situaciones a las que nos exponemos o para la comodidad personal, un mantenimiento o un uso limitado por el número de horas de uso y/o, etc. Por lo general, provoca inquietud, no sólo la capacidad para seguir adecuadamente toda la normativa, sino también, la inseguridad proveniente de la novedad y el desconocimiento general. En ocasiones, la fuente de información para solventar dudas al respecto son otras personas iguales, cada una con su propia vivencia. En cualquier caso, no es habitual recurrir a fuentes fidedignas.
Su uso continuado provoca un cambio en la imagen personal que transmitimos y con la que, a partir de ahora, contamos para nosotros mismos. Este factor, influirá, en menor o mayor medida, según el valor asociado a la imagen de cada individuo, pero en ningún caso fomenta la autoestima. Debido a este cambio de imagen, usando la mascarilla reconocemos peor a personas no habituales por lo que podemos iniciar un menor número de contactos sociales.
Introducir su uso en la vida cotidiana genera, en mayor o menor medida, ansiedad y la incertidumbre de si estaremos haciendo un buen uso de ésta que asegure nuestra salud y la de los que nos rodean.
A su vez, hemos puesto la atención en evitar tocar superficies y en limpiarnos de manera compulsiva descuidando el disfrute humano y nuestra capacidad de poner la atención en aspectos agradables (estamos más atentos a cómo el otro cuida la distancia y no me toca, que a disfrutar del momento de cada encuentro social siendo estos cada vez menos frecuentes).
Una vez más, se incrementa la inquietud por cual será el nivel de protección que tendrán nuestros seres queridos (como recogerá la compra mi hijo, si irá de bares y usará las medidas convenientes, etc.).
El nivel de cumplimiento es amplio y variable según el miedo y la personalidad.
En ocasiones, la vivencia de que las demás personas mantengan hacia uno/a una distancia de metro y medio es negativa, es decir, el cumplimiento de esta medida se puede vivir como una muestra de rechazo hacia uno mismo.
La teoría la comprendemos, pero la puesta en marcha impacta negativamente en la persona.
El grado de familiaridad se ha visto alterado ya que nos distanciamos de los seres cercanos, a lo que hay que sumar una peor expresión emocional al usar la mascarilla. Perdemos una parte valiosa de la capacidad para expresar y recibir afecto. En este caso, perdemos el poder de un abrazo, un beso, una caricia. La atención, el cuidado y el mimo se desvincula del cuerpo y se centra únicamente en la facultad expresiva verbal.
Una vez más, el dar o recibir feedback (solicitar o que nos soliciten seguir tal medida) puede ser motivo de conflicto social.