Muchas personas dedicadas al trabajo humano utilizamos, como sinónimo, el término diversidad funcional y discapacidad , de hecho, consideramos que cada personas es única y diversa a lo largo de su vida. En nuestra labor diaria, ahondamos en las dimensiones cognitivas y conductuales, y en cómo éstas influyen en el desempeño de aquellas actividades que son importantes para la persona en su vida cotidiana. A partir de ahi, establecemos los objetivos o retos a los que dedicar tiempo y energía.
La diversidad funcional es un fenómeno complejo, que refleja la interacción entre la persona y el entorno en el que vive. Cada persona tiene unas habilidades para adaptarse y enfrentarse a las demandas de la sociedad. Con el paso del tiempo y de las experiencias vitales, va generando nuevas estrategias y/o capacidades personales para resolver las diferentes exigencias a las que se enfrenta en la sociedad.
Esta definición deja claro que todos somos diversos ya que dependerá de cuáles son mis capacidades para poderme desenvolver adaptativamente o con éxito a las demandas del entorno. (Por ejemplo, puedes conocer y manejarte bien en el metro de Bilbao, pero imagina que tienes que desplazarte en el metro en Nueva York).
Es decir, parto del concepto de que toda persona se ve sobrepasada según las exigencias del entorno o lo novedoso del mismo o el grado de familiaridad que tenga con la tarea a resolver. Parece obvio pensar, que cada persona cuenta con unas capacidades más desarrolladas que otras, por lo que mostrará, mayor o menor dificultad, para llevar a cabo unas actividades frente a otras.
Este concepto es inherente, variable y forma parte del ser humano desde que nace hasta que muere.
Lo que no menciona esta definición es la carga social y emocional que tienen las personas con alguna de las siguientes características:
– Deficiencia: nos referimos a los problemas que afectan a una estructura o función corporal.
– Limitaciones de la actividad: hace referencia a las dificultades para ejecutar acciones o tareas.
– Restricciones de la participación: nos referimos a los problemas para participar en situaciones vitales.
Sigue siendo necesario etiquetar la discapacidad o limitación física o mental que dificulta el desarrollo de ciertas tareas, con el fin de realizar un diagnóstico diferencial, acudir a un equipo multidisciplinar específico y/o solicitar los posibles recursos o ayudas destinadas a cada colectivo en nuestra sociedad del bienestar.
Si bien, para hacerlo utilizamos etiquetas tales como; discapacidad intelectual, psíquica etc. A mi parecer describimos con términos menos respetuosas o centrados en lo negativo.
En el caso de las personas a las que trato de acompañar ante las dificultades que les ha tocado vivir, tengo la sensación de que se les categoriza únicamente por esa diferencia negativa y no por el resto de las áreas de su vida. Por ello, me parece que distinguirles por esa condición podría revelar inferioridad en el trato, es decir, sólo destacar esa parte frente a su globalidad, su todo. Queda claro que una persona es mucho más que su condición o sus limitaciones.
Aprendiendo a diario de las personas con alteraciones físiológicas que provocan dificultades en la funcionalidad (en las actividades cotidianas más sencillas hasta las más complejas), me transmiten sentirse de acuerdo con el término discapacidad. Personalmente, no puedo dejar de pensar que conecta justo con lo que no pueden hacer, y, no, en lo mucho que hacen, valiéndose de otros procesos o a traves de otras estrategias , a pesar de su situación orgánica.
En mi práctica diaria, utilizo como sinónimo persona con diversidad funcional y persona con discapacidad. En mi opinión, el lenguaje es importante para educar a la sociedad en el concepto de que una dificultad o una alteración fisiológica no define a una persona. Es una condición que le provoca tener que buscar alternativas diferentes para desenvolverse con éxito. Por ello, suelo usar el término diversidad funcional, ya que a mi parecer refleja mejor y de forma más respetuosa la realidad de muchas personas. Considero que es un término más inclusivo y visibiliza el hecho de que cada ser humano se tiene que esforzar en alguna dimensión de su vida y que antes o después tendrá que pedir ayuda.
Igual que nos diferenciamos por características como; la edad, el género, las características físicas, la cultura o la situación sociocultural, etc. también lo hacemos por el tipo de comportamiento con el que reaccionamos ante los estímulos, o por las facultades mentales con las que nos enfrentamos al conocimiento interno y externo. O lo que es lo mismo, las personas contamos con una parte conductual, otra cognitiva y otra motora entre otras características.
Cada ámbito puede estar más o menos desarrollado, y se puede haber visto alterado a lo largo de nuestra historia vital por causas diversas, desde el nacimiento y/o de manera adquirida, es decir, a partir de un momento dado y por diferentes causas; un TCE, un ictus, una infección u otros que provocan una lesión cerebral y, como consecuencia de esta, uno o todos estos ámbitos se ven comprometidos.
La afectación de alguno de estos ámbitos afectará a la funcionalidad en la vida cotidiana desde el desempeño de las actividades más básicas (deglutir en la alimentación, o la higiene personal), a las más complejas (comprar un piso, romper una relación íntima). No son únicamente las capacidades cognitivas (no recordar, por ejemplo) o las motoras (no tener movilidad en una extremidad, por ejemplo) aquellas que interfieren en la autonomía, sino que son también las variables conductuales las que pueden interferir en la realización de una tarea, una vez más, desde lo más sencilla (no desayunar por falta de iniciativa para hacerlo), hasta la más compleja (en una reunión laboral no entiendo el lenguaje encubierto o no adecúo mi comportamiento al tipo de contexto).
Para mejorar el grado de participación y la calidad de vida de la persona afectada, nos debemos centrar en la interferencia de los déficit en su autonomía en las actividades de la vida diaria y más concertamente en aquellas actividades importantes para la persona.
De esta interferencia en la autonomía y de estos cambios se puede ,o no, tener conciencia. No siempre es objeto clínico el trabajo en este sentido, dependerá de cada caso y siempre que revierta en lograr mayor satisfacción para la persona. Es decir, podremos conocer las limitaciones que implican los déficit que sufro o, no darnos cuenta de nuestra limitación para realizar ciertas actividades. El ser consciente o no, interferirá a su vez en la aceptación de ayudas o límites para ajustarnos a nuestras capacidades y establecer un plan de vida adaptado al entorno (por ejemplo, puedo conocer mi diagnóstico, «tengo una amnesia», pero no, las limitaciones de éste, «quiero seguir estudiando Telecomunicaciones»).
Por lo tanto y una vez más, cada persona es única y conocer tanto nuestras capacidades como nuestros limitaciones, nos permitirá trazar un plan de vida ajustado y encontrar nuestra propia satisfacción.