A lo largo de la historia se ve reflejado el uso de juguetes sexuales desde Hipócrates, que los recomendaba en los que se denominaban casos de “Histeria”, hasta en el antiguo Egipto con el ejemplo de una usuaria aristocrática como fue Cleopatra.
Volviendo a nuestra realidad, estos recursos pueden ayudar en la búsqueda del placer, así como en el tratamiento de dificultades fisiológicas como; la incontinencia, el debilitamiento del suelo pélvico, o la falta del control eyaculatorio.
Estas dificultades, por desgracia, en ocasiones son derivadas de una lesión neurológica. Por ello desde la neuropsicología tenemos también en cuenta este tipo de recursos centrados en la genitalidad sin olvidar el trabajo en psicoeducación, expresión emocional y fomentando siempre un disfrute amplio de la sexualidad.
Dependiendo del valor que otorgue cada persona al disfrute genital, indagamos sobre aquellas vías que propicien su satisfacción a este nivel. Llegamos a explorar la posibilidad de recurrir a uno de estos objetos tanto tras una demanda explícita de la persona, como realizamos una propuesta de esta opción ante una disfunción sexual habitual como es la falta de deseo, ante la falta de reconocimiento de las respuestas corporales placenteras tras una lesión adquirida o ante otras dificultades en el funcionamiento genital.
Nada más lejos de la realidad creer que la implantación de un objeto de este tipo es tan sencilla como decidirse por esta opción, elegir el apropiado y aprender a usarlo. Al menos, en mi experiencia a favor del cuidado de la salud sexual de aquellas personas con mayor diversidad funcional, considero relevante primero conocer muy bien el perfil cognitivo y emocional de la persona, tratar de valorar, obviamente de manera conjunta, la necesidad de introducir este tipo de recurso y evaluar el estilo biográfico previo a la discapacidad. Tratamos de identificar que es lo que la persona echa de menos en su vida sexual tras la lesión, si esta carencia coincide, o no, con los anhelos de su pareja, en el caso de que la hubiera, y que tipo de objetivo se plantea cada uno/a (por ejemplo, definir si se pretende un uso individual o integrado en el comportamiento de la pareja).
Individualizando y, partiendo del perfil cognitivo de la persona, siempre nos aseguramos de repasar aspectos implícitos en un buen uso del recurso elegido (cómo, donde, cuando, cuanto…), aspectos relacionados con la intimidad de la persona y la de su entorno ( por ejemplo; con quien comparto vivencias y con quien evito compartirlas), así como realizamos una supervisión psicológica durante la instauración de esta ayuda.
Los beneficios del uso de estos recursos son de sobra conocidos y pueden ir desde la reactivación sexual o la estimulación de la libido, hasta sus consecuentes mejorías; cognitivas (como el potenciar la creatividad o el traslado a otras situaciones), en el conocimiento personal , la autoestima y el fomento de la iniciativa, o fisiológicas (como la mejora de la calidad del sueño y/o del apetito, minimizar el dolor y/o el estrés, etc.).
Por parte del equipo multidisciplinar que atiende de manera integral exploramos todas las vías posibles para mejorar la calidad de vida, aceptación y satisfacción personal.