Debido a la pandemia la población general está viviendo grandes alteraciones en su intimidad. Desgraciadamente esta situación es habitual en los casos en que se dan grandes cambios vitales derivados de una discapacidad en los que la intimidad no siempre está garantizada.
La adaptación individual a las circunstancias actuales tiene lugar de una forma muy diversa. Dentro de esa gran variabilidad parece que destacan, por el lado negativo, los síntomas de ansiedad. Por el lado positivo resaltan la resiliencia personal y el aumento de capacidad para priorizar a qué y a quiénes dedicamos nuestro tiempo. Es habitual sentir ansiedad ante la soledad impuesta por criterios médicos, o ansiedad por tener que estar, también de manera impuesta, acompañados con las personas con las que convivimos. Ambas situaciones pueden provocar un conflicto interior por falta o por exceso de compañía en espacios y momentos no elegidos libremente.
Al enfrentarnos a estos cambios circunstanciales no puedo dejar de pensar en cómo se adaptan a la falta de intimidad las personas discapacitadas dependientes de una tercera persona.
Uno de los temas que tratamos en los talleres de afectividad y sexualidad es el derecho a la intimidad. Trabajamos para identificar las posibilidades de elección de cada persona en los diferentes entornos (familiares, centros, residencias…), analizamos situaciones habituales para las personas con dependencia (asistencia en actividades básicas de autocuidado, distribución de espacios o la elección de compañía, privacidad para encuentros sexuales, etc.) y proponemos mejoras.
Todo ser humano tiene derecho y necesita momentos íntimos de disfrute en soledad y otros íntimos en compañía. Ambas situaciones garantizan la capacidad de autogobierno, la capacidad de sentir disfrute y la desconexión del resto del entorno. Disfrute obtenido a través de las actividades cotidianas, lúdicas o del placer corporal. Estos momentos fomentan la autoestima y el autoconcepto de los más pequeños y de los más mayores independientemente de su estado de salud.
Las personas encargadas de cuidar a aquellos con diversidad funcional (profesionales o familiares) no deberíamos descuidar esta necesidad humana y, en la medida de lo posible, deberíamos proporcionar las mayores posibilidades de espacio personal y/o de elección libre de compañía.
Merece la pena reflexionar sobre cómo asegurar el derecho a la intimidad de manera individualizada. Ojalá estos momentos en los que la población general siente las consecuencias de adaptarse a cambios impuestos, sirvan para empatizar con otras realidades y asegurar este derecho a los más dependientes.