Todos estamos de acuerdo en que es imprescindible crear unos buenos cimientos antes de construir una casa.
Desde este punto de partida iniciamos la formación en conducta basada en la ética para plantear una intervención conductual eficaz y respetuosa.
Lo primero, en el caso de plantearnos intervenir sobre una conducta lo haremos sobre una conducta concreta y objetivable (lanza un vaso al suelo y grita) y no sobre la posible interpretación personal que hacemos acerca de esa conducta (está irritado y es agresivo).
Por lo tanto, los cimientos para poder plantear una correcta intervención conductual son identificar una conducta concreta que queremos y debemos modificar y valorar los antecedentes (que pasa antes) y consecuencias (y después) de la misma. Si no partimos de este planteamiento estaremos tratando de sobrevivir ante los múltiples conflictos propios de la convivencia entre personas con condiciones de salud diversas, pero no estaremos en el camino de modificar un comportamiento que no favorece a la persona atendida.
Una vez identificada la conducta específica, que ocurre inmediatamente antes y lo que obtiene a través de ella, consensuaremos en el equipo el tipo de metodología
que vamos a aplicar de manera unificada y mantenida y durante un tiempo limitado.
En este planteamiento debe aparecer la reflexión de si debemos, o no, tener como objetivo modificar tal conducta como profesionales del cuidado y, si lo hacemos, hacerlo siempre en beneficio de la persona y no nuestro o del entorno. Es decir, valorar si partimos del respeto a la esencia y derechos de esta persona.
Nos deberíamos preguntar si su manera de actuar es un peligro para sí mismo/a
o para los demás, o realmente es incompatible con la convivencia que nosotros le ofrecemos. Somos conscientes de que somos entorno y por tanto que impactamos en su adaptación o no a las circunstancias según lo que ofrezcamos y cómo lo ofrezcamos.
A modo de ejemplo; una persona residente en la unidad convivencial cada vez que entra en el gimnasio tira los objetos que están a su alcance y, como consecuencia le invitamos a salir por lo que no realiza su sesión de fisioterapia.
Seguimos insistiendo en que acuda al gimnasio como parte de su plan de tratamiento porque queremos que mantenga sus capacidades actuales y, se mantiene esta situación.
En este ejemplo parece que esta conducta agresiva aparece como un medio para evitar esta actividad por lo que deberíamos plantearnos las siguientes cuestiones antes de etiquetar su conducta como la propia de una persona con alteración conductual ( y probablemente dejarle a largo plazo con esa etiqueta en vez de con una descripción de su manera de actuar):
Una vez identificados los antecedentes (llevamos al gimnasio), la conducta (tira objetos), y las consecuencias (no realiza esta sesión), hemos ofrecido otro espacio (jardín), en otro horario, pautado y negociado entre la persona y el equipo teniendo en cuenta las posibilidades de la organización general y no ha vuelto a usar esta conducta. Colabora en su mejoría motora ya que la considera importante para mantener su autonomía actual.
Con este punto de partida hemos iniciado los primeros cursos de “Manejo del deterioro cognitivo-conductual desde la ética”, construyendo cimientos. Definiendo conductas, antecedentes y consecuencias siempre desde el respeto a la individualidad.
Aquellos que nos dedicamos al cuidado somos conscientes de que el entorno que ofrecemos impacta y provoca cambios en el comportamiento ajeno. Una gran responsabilidad que justifica revisar las maneras de proceder actuales mejorando el bienestar de cada persona, ya sea la atendida o la dedicada a su apoyo.